Septimo Domingo del Tiempo Ordinario – Año A

VII Domningo, TO, A – Kuwait City, 22 de febrero de 2014

Lv 19, 1-2.17-18; Sal 102; 1Cor 3, 16-23; Mt 5, 38-48

¡Vence el mal con el bien!

A veces decimos que si el mundo fuera así como nosotros lo imaginamos, así como nosotros lo deseamos, sería un mundo mejor. Pero el mundo no es así como lo quisiéramos. El mundo está lleno de sufrimiento, de injusticia, de violencia y de muerte. Pero es en este mundo que los discípulos de Jesús están llamados a vivir, a ser luz, a ser sal, a ser guía.

Continuamos a escuchar el gran sermón de Jesús en la montaña en el capítulo 5 de Mateo: La nueva vida de los cristianos, la nueva justicia, la nueva forma de ser y de vivir la relación con Dios y con los hermanos.

Dios no quiere el mal, pero el mal está ahí. Y Jesús nos invita a derrotarlo; no devolver el mal por el mal, pero ir más allá: romper la cadena de la violencia con el perdón. Ir hasta el punto de estar dispuestos a sufrir la injusticia para evitar hacerle daño al hermano.

Sí, porque Dios no tiene enemigos, Dios sólo tiene hijos. Hijos a los que ama, hijos que quiere salvar de la esclavitud del mal y de la falsedad. Y la salvación viene a través del amor gratuito, a través del amor desinteresado de los cristianos, llamados a asimilar los pensamientos y sentimientos del Padre, para ser como Él.

Jesús rompe todos los esquemas y nos llama a amar a nuestros enemigos, a perdonarlos, orar por ellos. Sí, porque es en el amor incondicional que ejercemos nuestra libertad frente al mal y a la injusticia.

Si amas a tu enemigo no es que le haces un favor. Te haces un favor a ti mismo: te conviertes en hijo de Dios porque te vuelves como el Padre. Y te vuelves libre. No amar a tu enemigo es fallar: no se revela lo que tú eres, hijo y hermano.

Extrañamente, el mal no es que impide la presencia de Dios, sino que me hace como Dios, capaz de amor desinteresado. De hecho, las situaciones que detestamos y de las que tratamos de escapar son las que nos permiten llegar a ser como Dios.

Casi que podemos decir: Alabado sea Dios porque hay hostilidades y dificultades, porque hay problemas.

San Pablo dice en la carta a los Romanos (Rm 8, 38): “Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman”; Si, todas las cosas, incluso el mal, que no impide el bien, pero pone de manifiesto el bien mayor, que me hace a imagen de Dios.

El cristianismo no es una religión; el cristianismo es la libertad de aquellos que se sienten amados y aman a todos. Esto es lo atractivo del cristianismo y es por eso que los primeros cristianos cambiaron el mundo. El cristianismo no es un conjunto de reglas, no es la ley, pero es más exigente que cualquier ley: quien se siente amado, ama; quien se siente hijo, vive como hermano y se deja guiar por el Espíritu. Por eso S. Agustín pudo decir: ¡Ama y haz lo que quieres!

Si he conocido al Padre, no puedo no amar a mi hermano. Esta es la esencia del cristianismo. Este tipo de amor es un don del Espíritu Santo. Amar con amor desinteresado, con la gratuidad absoluta de amor. Así como los padres aman a sus hijos.

Hermanos, ésta es la buena noticia que Jesús nos trajo. Jesús nos invita a seguirlo para que podamos descubrir la belleza de ser hijos amados, capaces de transformar el mundo. Nuestra vida es toda un camino, un camino con obstáculos y dificultades, pero es precisamente por eso que llegamos a ser cada vez más lo que somos, hijos amados que aprenden a amar. Entonces el mundo ya es mejor, y el reino del Padre está en medio de nosotros.

Si, lo sé que es difícil. Por eso necesitamos venir a Misa, para ser perdonados y fortalecidos con el Pan de vida. El sábado pasado pregunté a los niños de la Primera Comunión en Bahrain: ¿Cuál es el poder que Jesús nos da? “Es el poder de amar”, me contestó una niña. Sí, es el poder de amar y de perdonar. Esa niña lo entendió todo. Sólo con nuestras fuerzas no lo logramos. Se trata de un don, de un don que recibimos de Jesús: ¡Es el poder de amar! ¡Es el poder de perdonar!

Con este poder el beato Jerzy Popieluszko, el sacerdote polaco asesinado en 1984 por los servicios secretos comunistas, venció al enemigo y dejó como legado la gran lección del evangelio: ¡Vence el mal con el bien!

Amén.

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Jerzy Popiełuszko fue uno de los sacerdote que estuvieron al lado de los obreros y trabajadores que se pusieron en huelga en toda Polonia que dió fin al sistema opresor socialista impuesto en Europa Oriental. Nacido en Polonia en 1947, fue uno de los líderes espirituales y morales más representativos de la resistencia de Polonia ante el comunismo. Fue brutalmente asesinado el 19 de octubre de 1984, cuando sólo tenía 37 años. Es a partir de su martirio que comenzó a agrietarse el Estado socialista, primero en Polonia, y después en todo el Este europeo. El Padre Popieluszko fue beatificado por Benedicto XVI el 6 de junio de 2010. Su fiesta se celebra el 20 de octubre. 18 millones de personas han visitado su tumba, incluso el papa Juan Pablo II, durante su viaje a Polonia en 1987.

 

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